El pasado ya se fue, ahora solo queda el recuerdo de los resultados de la elección de julio de 2018, donde la ciudadanía votó movida por el descontento popular, por los abusos de poder, por los altos grados de corrupción, por la situación económica, por la inseguridad y en general por todos los problemas que en ese entonces afectaban a México.
Actualmente las cosas no han cambiado mucho, pareciera que nos seguimos reflejando en ese viejo espejo de la democracia donde el legítimo derecho de protestar en contra de un gobierno de suprema ineficiencia, especialista en confrontación y llenar el zócalo de La Ciudad de México, no existe.
En materia política la actitud gubernamental es clara; dentro de MORENA y del gobierno, hay una fuertísima lucha por seguir manteniendo el poder más allá del 2024 sin cambiar ni un centímetro la línea marcada por el presidente LÓPEZ OBRADOR a partir de su toma de protesta en el 2018. Mientras que los partidos de oposición, a pesar de su pésimo desempeño, no quieren quedarse sentados mirando pasar el viejo tren de la 4T, por lo que intentarán descarrilar su vieja locomotora armada con piezas del PRI, PAN, PRD, Verde Ecologista y PT.
Los principales contendientes o coaliciones con posibilidades reales de lograr la candidatura presidencial en el 2024 (MORENA-Aliados y PRI-PAN-PRD) deberían considerar la posibilidad de hacer a un lado sus intereses grupales para solucionar responsablemente los graves problemas socioeconómicos de México y de esta manera lograr un país más fuerte, confiable a la inversión, más seguro y justo.
Esa expresión libre y solemne que llamamos voto, ha sido el único camino civilizado que las democracias modernas han encontrado para solucionar de manera pacífica los conflictos sociales. Los resultados electorales de junio de 2024, deben ser una medida concreta y tangible para que la ciudadanía compruebe que existe la voluntad de respetar el principio democrático de la soberanía del pueblo, quien más que nunca desea tomar el destino de México en sus propias manos.
México, ha tenido una historia de divisiones y confrontación permanentes por el poder, y muchas veces hemos sentido que el país se nos va de las manos. De modo tal, que ante la realidad ciertamente compleja, variada y a veces contradictoria de nuestro México, la clase gobernante de la 4T argumenta que se tiene ganada la responsabilidad histórica de no permitir que tan encontradas fuerzas pudieran dar al traste con un proyecto nacional y disque transformador. La pregunta sigue en el aire ¿Dónde está esa persona que como candidato logre confianza social y como gobernante tenga el prestigio y la calidad moral para unificar a la nación?
Para millones de mexicanos el autoritarismo domina la vida política de la nación y esta no ve mayor necesidad de cambio ¿Hasta qué punto el presidente de la república se atrevería a desmontar las bases de su propio poder y seguir ejerciéndolo después del 2024? AMLO difícilmente se aventuraría a cortar los barrotes que sostienen la silla presidencial donde está sentado. El presidente debe comprender que el mandato del pueblo de México, el de julio del 2018, no se ha atendido a plenitud, en ello hay valores y principios que la historia habrá de juzgar sin presiones o ideologías partidistas.
MORENA, como partido en el poder, vive del oxígeno que le da AMLO, donde los favores se derivan de arriba hacia abajo. La participación de las bases está sustentada en los programas de bienestar, que más bien funcionan como un escalón sobre el cual hay que apoyarse para subir más arriba. No hay que responder ante ellos, con quien hay que estar bien es con el señor que gobierna desde Palacio Nacional.
MORENA es un partido con una gran contaminación ideológica, y una situación de riesgo que le podría hacer perder la elección del 2024, es la lucha interna de muchos de los “generales” de la vieja izquierda mexicana que buscan sobrevivir políticamente. Esto podría generar que los gobernadores provenientes de este partido tuvieran más libertad y dejaran de estar sujetos al mando presidencial.