El Presidente LAZARO CARDENAS, es y será siempre respetado. Fue un revolucionario con las armas cuando adolecente y joven; un militar maduro en el ejército institucionalizado; fue incorruptible ante las compañías petroleras, después tan justamente expropiadas por él y no sucumbió a tentaciones del poder cuando lo ejerció, por lo que fue un gran presidente.
Ya como expresidente, mantuvo una línea invariable en sus convicciones y en sus actitudes. Fue respetuoso, tuvo conciencia histórica de su papel y jamás hizo caso a quienes lo aconsejaban que retuviera el poder en la obscuridad de una cueva reservada a los dinosaurios del sistema que prevalecía en esa época. CARDENAS, cuando era necesario se manifestaba, porque la historia no es la tumba anticipada de los hombres, sino el curso vivo que no desmiente. Tal vez por ello se ha querido imitar su huella.
Los buenos políticos y mejores presidentes están en extinción. Es legítimo seguir el ejemplo de LAZARO CÁRDENAS, tan legítimo como difícil. Pero aún así es fuente de inspiración del Presidente ÁNDRES MANUEL LÓPEZ OBRADOR, a quien le falta mucho para igualarlo. La 4T ha generado cambios importantes, pero también ha dado bandazos que inquietan, ante acontecimientos que chocan entre lo que se dice y lo que se hace.
Describir el terror que se vivió en Culiacán el jueves pasado, no es fácil, ya que produce muchas opiniones encontradas. El Narcotráfico y la violencia se vienen arrastrando por generaciones, se ha convivido, solapado y beneficiado con ellos. La etiqueta que tiene Sinaloa de Estado violento y cuna del narcotráfico es difícil de borrar de un plumazo, por decreto o con discursos mañaneros. Sin duda es un tema complejo, delicado y de altas consecuencias donde todos opinamos y cuestionamos, pero no ofrecemos propuestas inteligentes para enfrentarlo.
El clamor de la sociedad es “alto a la violencia y freno a la inseguridad pública”. Se dice que la Ciudad de Culiacán retornó a la normalidad, que se encuentra en calma. Sin embargo, este es un argumento difícil de creer ante acontecimientos que robaron la tranquilidad ciudadana, generaron luto y pusieron en riesgo a muchos seres humanos. Por supuesto que queda el temor de que en cualquier momento se puedan desatar nuevas balaceras, que al circular por la ciudad te encuentres con un comando armado y sin deberla ni temerla quedes en un fuego cruzado, ya nada será igual. La Ciudad de Culiacán fue violada, castrada y humillada, pero aun así se empeñan en decir que volvió a la normalidad, nada más lejano.
Lo que está sucediendo en materia de inseguridad pública en el país, arrastró a Culiacán, al estar enfocado el gobierno federal en el control y negociación con líderes de la delincuencia organizada. Pero es obvio que no se ha alcanzado el punto óptimo de negociación. Hace falta mayor inteligencia y voluntad política, por ambas partes, pero también un mediador con carácter, sin ambiciones políticas, inteligente y conocedor del conflicto, que sea garantía de equidad para ambas partes. El negocio ya no tiene remedio, pero el grado de violencia e inseguridad que prevalece en el país y que esta vez sacudió a la ciudad de Culiacán, exhibe la estrategia de seguridad que lleva a cabo el gabinete de seguridad y la del comandante de las fuerzas armadas.
En Culiacán imperó la impunidad, la degradación de los cuerpos de seguridad, el armamentismo nunca vistos por la sociedad, como película de acción y guerra. Esto, por la forma y las consecuencias se sale de lo normal. A ello se agrega el desplazamiento de personas de poblaciones serranas, lo que hace resurgir el fantasma de lo que fue la operación Cóndor en Sinaloa, bajo el Gobierno de ALFONSO G. CALDERÓN.
En el régimen de ALFONSO G. CALDERÓN, los grupos delictivos ya se habían apoderado de las calles y caminos de Sinaloa, produciéndose actos de barbarie en una clara violación a los derechos humanos, lo que obligó al gobernador sinaloense a pedir ayuda a la federación, y fue así como se instrumentó una campaña de combate a la delincuencia organizada, siendo operada por el ejército mexicano, logrando limpiar al territorio sinaloense de todo tipo de grupos delictivos. Aunque la operación Cóndor a su vez produjo el efecto “cucaracha”, que generó la formación de nuevos carteles, más violentas, mejor armados y sin control de la autoridad en turno.
Lo que sucedió el jueves pasado en la capital del Estado (Culiacán) no tiene nombre, justificación y mucho menos madre. El Ejercito Mexicano está muy agraviado por las acciones de la delincuencia organizada en contra de sus tropas. La ciudadanía también está indignada y espera resultados.
Aquí puede haber mucho mar de fondo, además han surgido muchas interrogantes y preguntas incomodas. Es urgente que se analicen estrategias por el gabinete de seguridad, tanto federales como estatales. El Narcotráfico es un negocio muy productivo que deja utilidades a gran escala, pero que afecta a gente inocente e involucra a muchos jóvenes por la falta de oportunidades y la descomposición social que está a la orden del día.
El recrudecimiento de la violencia en Sinaloa puede tener graves impactos políticos y económicos. En lo político estremece la imagen del gobernador y de rebote la del alcalde de Culiacán, JESÚS ESTRADA FERREIRO; mientras que en lo económico, desmerece la inversión, genera temor y aleja al turismo.
En la agenda presidencial sobresalen el combate a la corrupción y la inseguridad pública, temas difíciles y complejos de resolver. La reciente “renuncia” del dirigente Nacional del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana, CARLOS ROMERO DESCHAMPS, pone al descubierto una realidad que ningún gobierno había querido enfrentar: el estrecho vínculo entre corrupción, excesos otorgados a líderes sindicales, todo con la complacencia del Presidente de la República en turno. CARLOS SALINAS lo hizo con JOAQUIN HERNANDEZ GALICIA Y CARLOS JONGUITUD, líder moral del magisterio, pero sólo fue para quitar estorbos y designar en su lugar a incondicionales que le permitieran seguir con “el negocio”.
Por lo pronto algo se tendrá que hacer en el país para borrar las vergüenzas del pasado y enfrentar los retos del presente. Los ciudadanos de México merecen un mejor destino.